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El lenguaje del cuerpo, esencia de la Psicomotricidad.

        “Nuestro cuerpo no es nada sin el cuerpo del otro, cómplice de su existencia”

                                                                              Julián de Ajurieguerra

Cuando hablamos de Psicomotricidad da la impresión unas veces que todo está muy claro, y otras veces aparece como algo indefinible para los que trabajamos en ella e incomprensible para el resto.

La Psicomotricidad es una disciplina que, basándose en una concepción global del sujeto, se ocupa de la interacción que se establece entre el conocimiento, la emoción, el movimiento y de su importancia en el desarrollo de la persona y de su capacidad para expresarse y relacionarse con el entorno.

La psicomotricidad encuentra su natural ocupación  en los ámbitos de la educación, reeducación y terapia.

Así pues la esencia de la Psicomotricidad es el cuerpo en movimiento, la acción como expresión del individuo pensante en una relación participada, emocional y conscientemente con el otro.

Es importante señalar que no se puede hablar de deficiencia, sino de persona que presenta un déficit o una discapacidad que no es más que una característica de la propia persona y por tanto esa característica no define al sujeto.

La deficiencia no se refiere únicamente a la patología motórica, sino a cualquier patología que incida sobre la autonomía de la persona: sensorial,   perceptiva, neuromotriz, práxica, lingüística, afectiva, relacional y comportamental.

Cierto es que en ocasiones el psicomotricista se ha restringido a la patología motórica instrumental y esto ha llevado a excluir de hecho, aunque se mantuviera en el plano teórico, el principio de la unidad de la persona con la exaltación del movimiento funcional, como si la dimensión cognitiva primase y la afectivo emocional no existiera.

El movimiento está investido de forma diversa según las fases de desarrollo y según la manera en que es vivido por el sujeto y también como es apreciado por el otro.

Según mi experiencia quizá sea en el caso de los niños  hiperactivos o inestables donde esto se pone más claramente de manifiesto; su estado de tensión muestra que estos niños tienden hacia algo, hacia un límite real o imaginario. Este estado de tensión puede encontrarse sobrepasado por la motricidad que casi no pueden contener; para simbolizar un estado de tensión en una imagen está, naturalmente, la palabra y el lenguaje. Si no son entendidos el movimiento va a reemplazarlos. Porque la palabra no es dicha, el niño se precipita a la acción.

Por tanto se trata de leer el gesto y el movimiento como significantes, como manifestación de su inconsciente, pensar en sus carencias y en como el niño ha realizado su desarrollo madurativo.

El terapeuta en Psicomotricidad no solo ve, está a la escucha, interpreta. Cuando trabajamos con estos niños es esencial pensar en lo que nunca le ha sido consentido, en el lugar que nunca se le ha dado; debemos mostrarle que nosotros somos capaces de escuchar y comprender el lenguaje de su cuerpo facilitando que su actividad sea puesta por él en palabras.

Coqui Ojea

Equipo terapéutico del Instituto de Psicomotricidad.

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Texto de referencia para el Encuentro sobre El miedo en la infancia celebrado en el Instituto de Psicomotricidad el dia 5 de Abril de 2018.

De la revista CLIJ. Cuadernos de literatura Infantil y Juvenil, Número 2.»Queridos Monstruos»

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REFLEXIONES SOBRE EL MIEDO EN NIÑOS CON PATOLOGÍAS MOTRICES GRAVES

Donde viven los monstruos, película basada en el libro de Maurice Sendak, en la que Max, su protagonista, se escapa a la tierra de las cosas salvaje para huir de una realidad que lo asfixia, la de sus propias emociones. Me ha hecho reflexionar sobre la importancia del miedo en el trabajo terapéutico, pero sobre todo me ha hecho ahondar en la necesidad de que este objetivo no sea dejado de lado en niños que por sus grandes limitaciones físicas puedan hacernos pensar en ello como algo secundario o incluso innecesario.

Estoy hablando de niños con patologías motrices graves como la parálisis cerebral entre otras.

La patología en este caso condena al niño a una gran dificultad a la hora de canalizar sus miedos, sus angustias a través de aquellos juegos corporales que ayudan a experimentar, simbolizar, colocando, nombrando, representando… Sabemos del placer de identificarse con el”objeto” temido y que es una etapa importante del desarrollo. Jugando a identificarse con el agresor el niño asume un rol y de esta forma se facilita la interiorización de la prohibición externa. Se trataría de un mecanismo de aseguración inconsciente que garantiza la continuidad de la representación del otro y de sí mismo.

¿Qué pasa entonces en el caso de estos niños?

A menudo las terapias van encaminadas al empleo de técnicas rehabilitadoras del movimiento, a veces con un coste emocional importante puesto que en muchos casos son dolorosas o cuando menos invasivas, y por otro lado trabajo de estimulación cognitiva que trata de reforzar aspectos que tienen que ver con lo académico. Todas ellas muy necesarias, imprescindibles diría. Pero insisto, ¿Qué pasa con la parte emocional? ¿Por qué no alimentar el alma además del cuerpo y la mente?

Una niña de nueve años me pedía una y otra vez recrear la misma situación mientras jugábamos. En ella un bebé, un niño, está enfermo y su madre no está porque ha tenido que salir. El niño llora y llora y su hermana mayor llama a su madre por teléfono para que venga, pero esta nunca puede llegar.

Casi todas las fantasías de esta niña giran en torno al abandono, las hospitalizaciones, la enfermedad… Otras en torno al colegio, en las que castigan al niño y también  llora.

En todas ellas su papel es el de madre, hermana o profesora que castiga, riñe o que no deja participar del juego…

Un día me comentaba aterrada que se le había caído un diente y que vendría el ratón Pérez a buscarlo metiéndose debajo de su almohada.

En mi opinión es tarea del terapeuta convertirse en una auténtica marioneta pasando a ser su brazo y sus piernas además de transformarse en el objetivo de todo abandono, castigo y exclusión.

Creo necesario reivindicar el miedo y su función equilibradora y positiva siendo necesario en el trabajo terapéutico con cualquier niño, adaptando y utilizando aquellos recursos que nos permitan superar las barreras y en definitiva, jugar con el miedo.

Chus Martínez

Equipo terapéutico del Instituto de Psicomotricidad.

EL MIEDO EN LA ESCUELA INFANTIL

El miedo es algo con lo que convivimos en la escuela desde el primer momento. Los padres nos dejan con miedo a sus hijos, sintiendo como una pérdida la separación y pensando que ninguno de nosotros vamos a estar a la altura de satisfacer las necesidades de sus hijos; de alguna manera sienten la separación como el último trozo de cordón umbilical pegado a ellos. Y quizás están en lo cierto, ya que en ningún momento podemos suplantar las figuras maternas y paternas, pero sí podemos crear un clima relajado para que el niño se desarrolle en comunidad y busque en la relación de los otros las herramientas para su desarrollo personal.

El niño también tiene miedo. Va a vivir su primera experiencia fuera del concilio familiar y se pondrá a prueba sus primeras relaciones materno-filiales, se verá si fueron lo suficientemente sostenibles como para soportar sus primeras angustias en sociedad. Aparecerán la figura de la madre devoradora y nosotros pondremos el palo en su boca al que hacía referencia Lacan. El niño deberá soportar el deseo de sus padres, que ya durante su embarazo, se encargaron de planificar su tiempo de juego, estimulación y trabajo académico para alcanzar metas altas en las expectativas de sus progenitores.

Y quizás el propio miedo del educador infantil, que sin una formación adecuada a tanta responsabilidad, debe gestionar todas y cada una de las situaciones familiares si quiere tener éxito en su trabajo.

El miedo forma entonces parte del marco sobre el cual un niño llega a la escuela. Y me pregunto yo, ¿porqué tratamos de obsesionarnos con la planificación de actividades reguladas y llenas de contenidos académicos si todos los que formamos la escuela (niños, padres y maestros) estamos paralizados por el miedo?

Quizá Max en esta película nos puede dar la clave. Pues Max simboliza lo cotidiano, lo familiar, un niño abandonado por las problemáticas adultas y el poco éxito social con sus hermanos y amigos. No le queda otra opción que rebelarse y refugiarse en una simbología demasiado importante para no tenerla en cuenta. Max se porta mal y su madre encolerizada no es capaz de paliar la situación buscando en la riña la única vía de solución, y Max desesperado acaba mordiéndola y esta le llama monstruo. Max es aquí cuando se refugia en lo imaginario para poder sostener una situación emocionalmente alterada.

En la escuela si organizamos tiempos de juego no estructurados, observaremos como los niños utilizarán los mismos recursos de Max. Pues cuando juegan a construir casa no buscan más que un refugio, un lugar íntimo en el que casi siempre tratan de reproducir su ambiente familiar en un escenario de intercambio de roles. Placer y miedo se unen bajo las murallas de su casa. Habrá niños que construyan casa sin puertas ni ventanas, infranqueables para el mundo adulto; habrá los que su casa nunca esté suficientemente bien hecha y no la puedan terminar; habrá los que siempre destruyan las construcciones de los demás demostrando así su rabia, su incapacidad de construir su propio envoltorio protector y veremos a niños que nunca quieran entrar ni en su casa ni en las demás, demostrando desconfianza, rechazo quizá al contacto corporal. Sentir placer y seguridad no siempre es fácil, pero nuestra mirada facilitará las cosas.

Jugaremos al lobo, a dar miedo y a pasar miedo. Este juego servirá para identificarse con el agresor y desdramatizar la situación, el niño se apropiará de ella, se pondrá en su lugar, será partícipe del miedo y podrá perderle el respeto, Cantaremos la retahíla clásica mientras el lobo se viste, y nos relajará; habremos construido entre todos nuestro refugio, y nos esconderemos del lobo. Y al final todos los niños querrán ser el lobo, porque el miedo sostenible que pasaron dará lugar al placer de jugar con el miedo.

¿Y qué pasa con la muerte? Ya Max hace referencia a la muerte cuando hablan del Sol que desaparece y de la arena como el vacío tras el cobijo del bosque. La simbología entre el comerse y morir aparece durante toda la película. Quizás en la escuela quede lugar para esto también. Les decimos a los niños tras un gran momento de descarga motora: “el osos hormiguero tiene hambre y se comerá a las hormigas que se muevan”. Nadie se mueve, existe un gran control emocional en todos ellos, y al finalizar el juego las hormigas podrán matar a su enemigo, representada en la figura del maestro. Hay niños que disfrutan exageradamente en la agresión, hay niños que escapan del conflicto, y muchos que se agobian pues no comprenden o son incapaces de controlar la situación.

¿No es un gran aprendizaje emocional para sus vidas?

Démosles momentos para hablar del miedo a través de cuentos, vivamos situaciones de miedo, hablemos libremente de nuestros miedos ancestrales y dibujémoslos para que todas estas angustias arcaicas se puedan modificar llegando a ser una emoción básica para el ser humano pero desde un punto de vista emocionalmente soportable. Pues si no tenemos en cuenta el mundo emocional del niño difícilmente conseguiremos que aprendan.

Carlos Camacho

Equipo terapéutico del Instituto de Psicomotricidad